Uno

06 octubre 2006


Volvió del laburo. Prendió la tele y comenzó a hurgar heladera, cajones y alacena en busca de algo para comer. Ahora se sienta a mirar lo que le ofrecen, manso. Dos bailando. Cambia. Dos anunciando noticias. Cambia. Dos diciendo taradeces. Cambia. Dos besándose. Huye. Él solo.
Mira el celular, aún prendido. Mensajes, ninguno, llamadas perdidas, cero, llamadas recibidas, nunca. Lo apaga. Más que una comodidad, ese teléfono le recuerda su lugar en el mapa del mundo.
Lo más cercano al afecto son las facturas del cable, con el encabezado "Estimado Señor Cliente".
De fondo, la tele reproduce una publicidad de fajas reductoras, mientras en su cabeza resuenan los pasos que se alejan por el zaguán de la casa. La puerta que se cierra. El silencio. El inagotable silencio que, hace un año ya, sigue haciendo ruido en su interior. Y la catarata de sucesos se desata como todas las noches, inalterable. Habitación, fotos viejas, cama inmensa, angustia seca de lágrimas y dormirse a la espera de un regreso que se ahoga con el despertador, a las 7 de la mañana.

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