La Imagen

16 octubre 2006


Maldito invento. Casi tan viejo como la humanidad, y fruto del deseo de conocernos por nosotros mismos, es de los raros inventos que traspasaron épocas y funcionan del mismo modo desde hace miles de años. No importa el material del que esté hecho, su tarea siempre será la misma. Silencioso, certero, impiadoso, este objeto, a veces humilde, a veces suntuoso, realiza su labor de idéntica manera. Egipcios, griegos y romanos sucumbieron a la vanidad de su uso, y nada ha cambiado para quien busca en él, hoy, una respuesta, una sugerencia, o una negativa a una realidad que quiere ocultar. No falta en ninguna casa, y es a quien primero acudimos al comienzo del día. Sin embargo, de tan útil, se convierte en verdadera obsesión para algunos, que pretenden adivinar en él algo que no dice, o peor y más patético aún, es la porción de humanidad que cree engañarle con los artilugios más variados. Pero nadie es capaz de mentirle, ni siquiera por un instante. Y nuestro problema reside en creerle o no lo que dice. Hay un costado nuestro, muy humano, propenso a creer lo inverosímil y dudar de lo palpable. Hay otras maneras, mas saludables de saber las verdades que buscamos en este objeto, pero no son las más prácticas. Es cierto que buscarnos a nosotros mismos en los demás es una tarea difícil y seguramente, interminable, pero lo que vamos a recoger tendrá sin dudas más valor. Tengo la teoría que una descripción bastante acertada de lo que somos, la tienen los que nos rodean. Incompleta, tal vez de a retazos, pero sirve para armar un rompecabezas con nuestra imagen, la que proyectamos en los que comparten nuestra vida. Claro, si a las 7 de la mañana, luego de lavarte los dientes, querés peinarte, siempre será mejor confiarle al espejo el resultado del peinado. Pero, para cualquier evaluación de uno mismo, ese juicio de valor que de tanto en tanto hacemos de nosotros y nos pone depresivos o eufóricos, mi humilde sugerencia es dejárselo a los que nos quieren, que siempre veran más allá. Ese pedazo de vidrio podrá ser fidedigno, pero yo detesto las opiniones absolutas.

0 Vos dirás...: