Paralelo

28 febrero 2007


El viento pasa por la puerta. Sacude cortinas, silba entre las persianas. Todos los papeles vuelan. Las palabras siguen la ruta, se pierden entre golpes de ventanas desbocadas. Hurga en cajones que van a dar al suelo, abre armarios que estaban clausurados. Se levanta el polvo de años, que se esparce y lo inunda todo. Suenan mil canciones a la vez que aturden la memoria. Caen hojas que desnudan un bosque, y tapan un campo. Se desgarra un cuadro que rueda hasta el vacío, y las fotos se escurren de un viejo album. El golpeteo rítmico, lejano pero cada vez más nítido, se deja oír.

Hoy decidió volver. Y aunque sorprenda, siempre irrumpe de manera distinta. Sigilosa, disimuladamente. O pateando tableros que uno arma metódicamente a través del tiempo.
Cuando el pasado decide volver, lo hace de maneras asombrosas. A veces se mimetiza, se entrelaza de manera tal con nuestro presente, que es preciso dudar si es pasado o actualidad. En el fondo, todos lo sabemos. Quedarse nos mata?, partir nos hace agonizar?. Nada asusta más que la sensación que detiene el tiempo, y nada gratifica tanto como la que lo hace volar. Y ya no importa de donde viene ni cuando nació. Hay cosas que eternamente viven en uno, cambiando con uno, que son tan sólidas y atemporales...

Éramos tan amigos...

25 febrero 2007


Ya aprendi a escuchar. Bueno, me gusta creer que aprendí a escuchar. Por eso, cuando percibo que estoy ante una posible catarata de confesiones, me preparo. Adopto posición de escucha, me relajo para solo tener oídos, y de ser posible, escuchar con todo el cuerpo. Y es posible, créanme.

Los mozos están limpiando todas las mesas. Una chica barre el piso, y entre todos van subiendo las sillas. De a poco, quienes trabajan en el bar, van ganándole espacio a los clientes. Bajaron la música, se hablan entre ellos a los gritos, como una señal poco sutil dirigida a nosotros. Sin embargo, mi amiga está poco receptiva a esos mensajes. Sigue con la mirada en el último vaso, y sólo saca sus ojos de ahí para posarlos en la brasa de un cigarrillo que nunca se termina. Espero el momento que creo indicado, y le pregunto: Bueno, qué está pasando? Me cuenta su drama con todos los detalles. Hasta los más insignificantes, pero que para ella son fundamentales. Va y viene en el tiempo. Miro mi reloj. Miro el de la pared detrás de la barra. Debo tener adelantado el mío. No pueden ser las 7. Comparo ambos relojes con el de mi celular, que lo puse en hora con la tele. Ninguno me dice lo mismo. Aquí llegamos a un momento crucial. Me dice que se hartó de su novio y vuelvo a la confesión. En silencio, la miro a los ojos. Dudo en tomarla de las manos, y espero otro momento. Acaba de entrar un mensaje y con disimulo, trato de leerlo, como si no me importara. Me dicen que me esperan en la estación de servicio, y preguntan donde estoy. Imagino a mis amigos ensayando hipótesis acerca de donde y con quién estoy. Y la charla, casi de terapia, sigue su curso sin alteraciones. Mi amiga describe las penurias que esa bestia insensible le hace pasar. Yo, callado asiento. No es de hombres avivar el fuego. Y menos aún cuando el fuego va quemando lentamente la foto del fulano, que parece destinado a abandonar la escena. Me preparo. Es momento de subir al escenario. Carraspeo, como para que la voz no me falle luego de media hora en silencio. Las palabras se le están agotando y presiento que llega mi momento. Cuando va a sacar un cigarrillo más, le tomo la mano y la miro. Pienso mi frase, y cuando voy a hablar, me dice: Dejame que te diga algo más. Te agradezco que me hayas acompañado. Precisaba que alguien me oyera. Es que me he dado cuenta que no sé tratar a los hombres que salen y entran de mi vida...(aquí yo me muerdo los labios, y siento como en mi cerebro se agolpan millones de frases para dar el golpe, y sin embargo, me callo). Prosigue: ... cuando alguien me interesa, me abro completamente, confío. Comparto mis cosas, mi vida, lo llamo, trato de saber de él y su realidad. Pero tarde o temprano pasa lo mismo. Una vez que consiguió (o le dí) lo que quería, se aleja, deja de ser el tipo que conocí para convertirse en el monstruo que temía que fuera. No me llama más, si yo lo llamo dice que lo ahogo, pasa tiempo sin dar señales de vida, y encima, si discutimos, utiliza como argumento todas las cosas que le confié. Me entendés?, me dice casi al borde del llanto. En este momento, comprendo que no es mi noche. Y agrega, Me dí cuenta que es un histérico, que solo quiere tenerme en su cercanía, como una mina de un harén, a la espera del momento en que a él se le antoje verme, entendés?. Si, entiendo demasiado, me digo para mí. Sólo falta que escuche la frase que me va a enterrar cualquier esperanza. En fin, me dice ya más desahogada, sino fuera por vos, no sé como largaba todo este rollo. Sos mi mejor amigo, sos la única persona que me entiende...

Telón, que cae pesado. Pienso, cómo hago ahora para llegar hasta la estación de servicio?. Espero que todavía estén mis amigos.

Ese día

21 febrero 2007


Todavía estoy esperando ese día.
El día que encuentre todas las llaves que perdí. Los documentos, y los carnets de todos los lugares a los que pertenecí. Los números de teléfonos que me dieron y nunca llamé. Quisiera volver a encontrarme con los problemas que nunca resolví, porque las respuestas me llegaron tarde. Quiero leer todas las cartas que alguna vez escribí. Y volver a preguntar todos los por qué.
Ese día me callaría muchas despedidas, porque ya probé todas las ausencias. Me olvidé de muchas voces, y ya presiento el borroneo de algunas caras. Tal vez, ese día que espero, vengan todas juntas.
Es que el viento se lleva más de lo que uno quiere, pero el tiempo...
El tiempo aprieta sin temor la tecla Suprimir. Ni vos ni yo. El tiempo.
Ayer sigue siendo cercano, y está a resguardo. Pero hay territorios que pelear para que no queden en sus manos. Los campos que ardían en llamas, hoy son cenizas, mañana recuerdo, pasado olvido.
Entonces, a qué temerle más? A ser recuerdo, a ser olvido, o simplemente al tiempo?
Yo temo el ser cenizas, que vuelan adonde las lleva el viento, y desaparecen por completo.

Choque (en slow motion)

19 febrero 2007

A veces es difícil torcer el rumbo. Es una sensación rara. Ver la pared que se acerca, lenta pero inexorable. Y uno, que preveé las contingencias, se predispone más fácilmente para atajarse que para torcer el volante. Como aquellas películas en que se ve el instante previo al choque y la imagen queda congelada en un grito eterno, y alguien que solo atina a taparse la cara.

Momento cumbre en medio de una fiesta. Amigo que uno no ve hace años, pero amigo al fin, acaba de separarse, y su ex se encuentra también en el lugar. Ella se divierte, a todas luces lo promociona, y él elige torturar oídos cercanos y no tanto. No ahorra detalles de su calvario, su soledad y su profundo amor. Amor que hoy, pasará inadvertido para la destinataria. No para el resto de los festejantes, que se pasan la responsabilidad del confesionario de mano en mano.

No se precisan dotes adivinatorias. Ni siquiera hacer grandes especulaciones sobre lo que vendrá. Alcohol. Más alcohol. Rueda de prensa en el baño para ampliar los detalles de este desastre amoroso, y finalmente, alguien que se harta y dice: -Man, por qué no vas y le decís a ella lo que te está pasando?. En ese preciso instante, pasa como un relámpago por la cabeza de todos, lo que sucederá. Pero, al fin y al cabo, la fiesta debe continuar, y ¿cómo quedan en la memoria las fiestas, si no es por los buenos condimentos?.
"Tenés razón, voy y le digo". Siiiiiiii!!!!, grita un coro, entre aliviado por no soportar más una mochila ajena, y para darle el empujón que precisa.
Y es ese el momento donde todo comienza a funcionar en cámara lenta. Él se acerca, ella desinteresada, lo mira. El tipo le habla, desde lo más profundo de una botella. Ella amaga con irse. Él la sujeta. Todos nos llevamos las manos a la cara.
Aquí comienzan a sucederse varias sub-escenas muy interesantes.
Amigos del tipo que quieren sacarlo, el correspondiente forcejeo, y la frase "Dejame, estoy bien, quiero hablar".
Amigas de la mujer que se arremolinan, le cuchichean cosas, le acercan la cartera y la conducen al baño. Organizadores de la fiesta que se preocupan por el hecho, y cuando se alejan los protagonistas, los grupos que se mezclan, para comentar lo sucedido, debatir las alternativas y decirnos entre todos lo feo que queda dar esa clase de espectáculos. (Pantalla en negro, títulos).

Cuando todos juntan sus pertenencias, el sol comienza a cegar a los últimos y las fraperas metálicas ya no tienen ni agua, comienza la verdadera fiesta. La que va a quedar en la memoria. La que construyen todos los invitados cuando alguien suelta la frase: ¿Te acordás el día que fulano casi la surte a la ex?

Técnicamente hablando (o la ecuación perfecta)

06 febrero 2007


Teléfonos sonando en habitaciones vacías.

Hello?, is there anybody out there?


La imagen de alguien que llama, y nadie que atiende. La necesidad de oír una voz (esa voz) y la ignorancia (del otro lado) de saberse necesitado. O el desinterés por esa necesidad. Todo eso, fríamente definido, es lo que conocemos como un desencuentro. Desencuentros que, en muchos casos, abren profundas grietas. Que cambian vidas, que las marcan, y hasta tal vez, les abren puertas inesperadas.
Pero el desencuentro, se construye a través del tiempo. Y la persistencia en el rumbo, nos lleva a otros encuentros, y seguramente a más y peores o mejores desencuentros. Con más dramas o más alivio, que alguien tome un rumbo, y quien estaba ligado a uno, tome otro, es parte esencial de lo que somos y de nuestra actualidad. En algún momento, llamémoslo balance o reflexión, es necesario recordar lo que perdimos, reconocer lo que ganamos, lo que dejamos y lo que nos dejaron. Lo que nos quedó, es exactamente lo que somos. Es una ecuación perfecta.

Vacaciones Permanentes

03 febrero 2007


Cuando uno era solamente un alumno, sin más obligaciones que asistir a clases, las vacaciones eran un gran espacio, un inmenso momento del año en el cual sucedían cosas que no tenían oportunidad de plasmarse en otra época. Eran el momento que ni se pensaba en junio, el que comenzaba a vislumbrarse en septiembre y desesperaba en diciembre. En realidad, todo resultaba un inmenso combo de actividades repartidas en tres meses que, por cuestiones de edad, uno creía interminables. Y cuando promediaba febrero, uno comenzaba a sentir la cercanía de la obligación, lo ominoso de la inmediatez de las clases. Recuerdo las siestas interminables, el grito del heladero que pasaba todos los días, y hoy me doy cuenta, ¿qué sentiría ese pobre hombre, pedaleando a las 3 de la tarde, arrastrando ese cajón con hielo seco por calles desiertas?. En fin...
Pero los mejores recuerdos míos siempre tienen clima veraniego. No sé por qué, ya que detesto el calor. Pero en mi memoria hay ciertos momentos que exclusivamente los pude vivir durante el verano, fuera de nuestra ciudad, o sea, lejos del marco habitual de mi vida. Y seguramente por eso queden marcados algunos recuerdos, calles, situaciones y rostros que en la mayoría de los casos, no se vuelven a ver.
Ya adultos, qué distinta es la situación cuando nos referimos a las vacaciones!. Son un espacio más reducido, estrecho, un permiso que nos otorga un tercero para descansar de él y su entorno. Y rogá que te alcance ese tiempo para exorcisar todas las cosas que te agobiaron durante 11 meses y medio. Así se convierten en un momento más valorado, y, pienso yo, más fructífero para los recuerdos y vivencias. Las primeras vacaciones sin nuestros viejos suelen ser inolvidables. Vivir por las de uno, con amigos o con nuestra pareja, hacen que esas vacaciones te acompañen de por vida.
De todas mi vacaciones, recuerdo unas con profundo cariño. Son las vacaciones que sigo soñando, y sin tener una foto siquiera, las recuerdo muy vívidamente. Es probable que el paso del tiempo logre tamizar los recuerdos, redondée aristas y modele algunos situaciones, sin embargo, de buenos recuerdos también se vive.