Las luces y el griterío no lo amedrentan. Lo potencian. Todos sus músculos estan tensos, a punto de estallar. No hay otra sensación. Se golpea los puños repetidamente. Mecánicamente. Sus ojos están clavados en el otro. El mundo arde, pero de él no se trasluce ninguna emoción.
Un campañazo seco y sube los brazos. Espía entre sus manos. Mide cada movimiento. En un instante siente como si su hígado estallara. El aire escasea, no entra ni sale. Y quema. Luego, una ráfaga lo lanza hacia atrás. Las sogas lo devuelven, lo acercan a la hoguera. Otra vez la andanada de dolor que se reparte por todo su torso. La campana suena, y el tañido hace un eco prolongado en su cabeza. Sentado, trata de descubrir que sale de los labios que tiene enfrente. Miles de gargantas se interponen. Miles de bocas pidiendo sangre. De un pantallazo, alcanza a ver la primer fila. Caras desencajadas en odio, sudorosas y perfectamente enmarcadas en trajes caros. De esos que él no usaría. Otra vez el campanazo. Se levanta y le arrojan agua al rostro. Una palmada en la espalda, lo menos doloroso de la noche, y vuelta a refugiarse en el rincón. Vuelve la metralla, sin piedad, y ya la intermitencia de los golpes no coinciden en su mente con el dolor. Duda si es él, quien verdaderamente sufre esto. Entre el enjambre de puños que arriban, logra colar su guante. Desde abajo, hacia arriba. Neto. Perfecto. Siente a través de las vendas como la mandibula del otro frena toda su furia, estallando, mutando el vendaval en un derrumbe. Es instantáneo. No hace falta más. Sólo mirar. Oír el ruido de las maderas recibir el cuerpo, quejosas. Todo se mueve, gira alrededor. Salvo ese cuerpo, inmóvil en la lona.
Una marabunta de gente sube al ring, flashes, micrófonos, gritos y él, paseando en andas de sabe dios quién. Bajan, uno en hombros, otro en camilla. El tipo se mira la derecha. Es lo único que le duele ahora. La sigue mirando y dice: "Querían sangre, eh?. Ahí está."
Un campañazo seco y sube los brazos. Espía entre sus manos. Mide cada movimiento. En un instante siente como si su hígado estallara. El aire escasea, no entra ni sale. Y quema. Luego, una ráfaga lo lanza hacia atrás. Las sogas lo devuelven, lo acercan a la hoguera. Otra vez la andanada de dolor que se reparte por todo su torso. La campana suena, y el tañido hace un eco prolongado en su cabeza. Sentado, trata de descubrir que sale de los labios que tiene enfrente. Miles de gargantas se interponen. Miles de bocas pidiendo sangre. De un pantallazo, alcanza a ver la primer fila. Caras desencajadas en odio, sudorosas y perfectamente enmarcadas en trajes caros. De esos que él no usaría. Otra vez el campanazo. Se levanta y le arrojan agua al rostro. Una palmada en la espalda, lo menos doloroso de la noche, y vuelta a refugiarse en el rincón. Vuelve la metralla, sin piedad, y ya la intermitencia de los golpes no coinciden en su mente con el dolor. Duda si es él, quien verdaderamente sufre esto. Entre el enjambre de puños que arriban, logra colar su guante. Desde abajo, hacia arriba. Neto. Perfecto. Siente a través de las vendas como la mandibula del otro frena toda su furia, estallando, mutando el vendaval en un derrumbe. Es instantáneo. No hace falta más. Sólo mirar. Oír el ruido de las maderas recibir el cuerpo, quejosas. Todo se mueve, gira alrededor. Salvo ese cuerpo, inmóvil en la lona.
Una marabunta de gente sube al ring, flashes, micrófonos, gritos y él, paseando en andas de sabe dios quién. Bajan, uno en hombros, otro en camilla. El tipo se mira la derecha. Es lo único que le duele ahora. La sigue mirando y dice: "Querían sangre, eh?. Ahí está."
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