Subo montañas. Me canso hasta la extenuación. Atravieso mil pueblos, de los que me llevo todo lo que puede esta memoria. Devoro rutas, ríos. Me hundo en arenas. Desarmo relojes, quemo almanaques, soborno al tiempo. Araño el cielo y vuelvo. Sé que me espera un calabozo de llamas al final, pero aún falta. Me ahogo en oscuridad y retorno en luz. Un fondo de mar llama con himno de silencio. La calma invade, inunda y se esparce. El telón de la perpetuidad tiene esos ojos. Azules.
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