Sospechosamente bien

12 noviembre 2007

No es como la leve subida del dólar. Ni siquiera se compara a los índices de inflación. Es el alza más importante que notó esa mañana. En la radio hablaban de noticias serias como si fueran dos señoras de antes, baldeando las veredas de sus casas. La pava era, desde hacía minutos, un géiser doméstico, ignorada como tantas otras cosas de la casa. El día amaneció grisáceo, pero no perturbaba, en lo aparente, la rutina de esa mañana. Se sentía bien. "Sospechosamente bien", se repetía para sí misma.

En el camino al trabajo, comenzó a notar que la miraban. Con intriga. Con curiosidad. Con sonrisas reprimidas, con ojos de cierto asombro. Sentía que algunas miradas la seguían. Incluso le pareció que los saludos obligados y repetidos de cada día eran distintos. Ya no eran mecánicos y de compromiso. Hasta le sonó musical y encantador el "qué bonita estás hoy" del portero.

Comenzó su mañana en el bar de enfrente del trabajo. Tenía el diario abierto, leía. Pero no había una miserable frase que le quedara en la memoria. Era la cara de ella en todas las fotos. El mozo le trajo su café de siempre, y el sobresalto de que lo trajeran a este mundo, hizo que lo tirara al piso. "Qué torpe, disculpe" le dijo, mientras, agachado, el mozo renegaba.

Cerca de la hora de entrada, él seguía de reojo la puerta de entrada. Cuando la vio, saltó de su silla, dejó el dinero sobre la mesa y disimulando la carrera, se le acercó. Sin querer, la empujó. Ella giró la cabeza y se encontró con el rostro de él, rojo de vergüenza, ardiendo de timidez.
La sonrisa lo calmó, no escuchó palabras salir de esa boca, que franca y ampliamente le insinuaba su humor. Notó que sonreía aliviado. Que se aflojaba toda tensión. Que la ansiedad que lo comía desde la noche se diluía frente a esa mujer. Se dio cuenta, súbitamente, que sólo quería estar frente a ella. Para sentirse bien. "Sospechosamente bien", se dijo para sí mismo, mientras subían las escaleras.

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