Preludio del Adios

07 noviembre 2007


La noche sin nubes no esconde sorpresas. Sin embargo, algo le atraviesa el pecho. Hay caras que son vidriadas. Sinceras hasta el suicidio. Ella camina hundiendo sus pasos en barro, y llegar es partir.

Él espera con su café. Lo revuelve, aunque sabe que no hay nada para disolver. Acomoda el atado de cigarrillos, escarba el programa de su celular, como si fuera a encontrar una nueva y mágica función. Todo el espectáculo de la ventana le pasa desapercibido. Cambia las llaves de lugar, le pide un diario al mozo y fijamente observa el reloj de la pared. El segundero no avanza más que a pasos cortos, como indeciso.

Cuando abre la puerta, siente el calor del bar en su rostro. Por un instante, ansió no encontrarlo, para seguir su huída. Ve la mesa, y encuentra todas las pertenencias de él prolijamente acomodadas, como un muestrario de exposición. Las llaves del auto, el celular, el atado de cigarrillos, el encendedor dorado que tanto detesta. Y él. Siente que algo le enerva la espalda y aprieta los dientes hasta sentir el dolor en los maxilares. Ataja su sonrisa y le devuelve el frío que trae consigo.

Se alegra de la llegada. Pero el pecho le insinúa que algo no está bien. Quizás la mirada que huye a la suya, o tal vez la ropa. Duda. Habrá pasado algo afuera?, se pregunta. Mira por la vidriera del bar y todo está como cuando se sentó. Se acomoda en su silla sabiendo que se aproxima el momento de atajar una andanada de golpes en una habitación a oscuras.