Logia

01 marzo 2007


Nada se le parece a este juego. Uno se siente James Bond, dicen, esquivando trampas, bombas. El vértigo de viajar colgado del helicóptero debe ser verdaderamente excitante. El sigilo que exige, el esfuerzo para ocultar que requiere y la mente trabajando con todo el potencial, lo hacen más interesante para los espíritus osados. Porque se trata de atreverse, de buscar el límite. De trabajar como un relojero, pero en la cuerda floja, y sin red. No es apto para los que sufren el vértigo, ni recomendable para los que esperan en lugar de salir a buscar. Dicen los que saben, que agiliza los reflejos, que mantiene en alerta, e incluso, acelera el trabajo de las neuronas. Debe ser por eso, especulo yo, que mucha gente mayor también lo juega. Sin embargo, siendo un deporte tan difundido, no hay una asociación que aglutine a los que lo practican. Pero es un dato menor. Es fácil de reconocerlos. Más aún, entre ellos se adivinan, se huelen, se presienten. Y hablando de sentidos, he oído historias de gente desesperada por capturar un aroma, una textura distinta, de hacer suya una sensación furtiva, y arriesgar todo por eso. Debe valer la pena. También he oído que al cruzar esa línea entre los practicantes y los profanos, nadie vuelve. Y las cosas de las que uno no puede volver, son las que más tientan. Hoy es viernes. La tentación es grande, y la línea invisible.