31 mayo 2007


Todos precisan algo en que creer. El costado más endeble de la mente requiere un norte que esté lejos. Que no sea fácil de alcanzar. Porque lo alcanzable, lo puede hacer el verdulero de la esquina. Y la necesidad de trascender, de saltar vallas, no roza ni de cerca lo cotidiano.

Los misterios que envuelven las distintas creencias, en vez de alejar, acercan. Casi como en otras cuestiones, digamos amorosas, la niebla de alrededor no espanta, sino que atrae.

Nunca se preguntaron por qué el cine repite hasta el hartazgo la escena de la chica inocente o el muchachito inexperto que remonta la colina donde está el castillo? Y el castillo que apenas se distingue dentro una nube negra y aves rapaces circundándolo...
Juraría que esas cosas tan ominosas las vemos nosotros solamente. Porque estamos afuera, porque apreciamos el gran cuadro completo. Y nos decimos entre nosotros, cómo no se dan cuenta?. Cómo puede ser que sigan, si arriba los espera todo eso?

Menos mal que no nos oyen. Al igual que en muchas oportunidades en las que uno desoyó el toque de atención, y puso primera a la cima de la montaña más fea, pasando por necio o sordo, nada más que para comprobar que, efectivamente, la princesa era el jorobado de notre dame.
Pero lo precisábamos saber. Teníamos que verlo. Y si era necesario, sufrirlo.

Para darle de comer al costado más débil del cerebro y más poderoso del corazón, nada mejor que no hacerle asco a ninguna montaña, no renunciar ni siquiera a una pendiente.
Porque para sentir, de tanto en tanto hay que bajar rodando, y no que nos bajen siempre en andas.