Mi ansiedad agoniza cuando compro por TV

15 mayo 2007


El mundo se nos llena de aparatos estúpidos que no resisten el uso más allá de un par de veces. La televisión inauguró los horarios más insospechados para vendernos la inutilidad más absoluta, acompañada de varios implementos que pueden ser nuestros saliendo de la cama y llamando ya, a las tres de la mañana del martes, dándole un uso terapéutico a la tarjeta plástica. Sin embargo, mi ánimo oscilante, veleta y zigzagueante me lleva a reivindicar algunos productos.

El infomercial que tiene de protagonista a un señor muy mayor, debería entrar en la galería de los más logrados de la historia. Al cabo de 15 minutos, uno está cerca de creer que, de comprar ese exprimidor, uno adquiere la fuente de la juventud y un certificado de vida sana, además de sentir en los minutos iniciales cuan cerca de ser una ameba está uno.

Hay una reunión de vecinos y amigos en la barra de una cocina. Un matrimonio oficia de anfitrión. Sacan un aparatito muy parecido a una licuadora, pero no. Eso diría cualquier asno que no alcanza a ver el potencial de la máquina que están por presentarnos. Una creación de la ingeniería que permite ingresarle distintas sobras de comidas añejas y devolvernos riquísimos platos, transformados quién sabe por qué método de avanzada. No, No es una procesadora, es una pequeña maravilla que nos acerca a algo. Aún no sé a que, pero lo descubriré.

Muero, literalmente, por tener un audífono. Me imagino la reacción de mis amigos (envidiosos y competitivos todos ellos) al verme seguir por la tele atentamente un partido de futbol con el audífono de la publicidad, que además te recomiendan de modo muy sugerente que no oigas conversaciones privadas. Te ofrecen la posibilidad de darle unos puntos más de valor a un sentido tan importante como el oído, y la vas a desperdiciar?. Never, en cuanto salga de las cuotas del aire y de la escalera de las mil posiciones, me meto de lleno de nuevo.

Extraño los pela papas de lujo que ofrecían antes. Cortaban una batata descompuesta, pero con qué calidad artística! Uno sentía que sin haber pisado un recinto universitario o haber pagado un curso, era un chef consumado y hasta daba ganas de cambiar el lenguaje de cocinero de fonda por otro más lucido y técnico. Es que el hábito no hace al monje, pero ayuda al entorno del monasterio.

En fin...