Papá Noel

20 diciembre 2006


Ayer por la noche, y sin que nadie se ponga colorado, un sitio de ventas por Internet promocionaba como oferta un disfraz de Papá Noel al módico precio de $79,99. Una vestimenta que, por sus características objetivas, tendría que haber estado de oferta de invierno, desde julio y junto a polares, bufandas y gorros de lana. Pero no. El sueño de la hibernación matizado con olor a naftalina, lo duermen las otras prendas. Esta no. El 90% de los papá noeles que vemos no han pagado para flagelarse dentro del disfraz, sino que por el contrario, cobran unos pocos pesos para darnos un volante en la calle bajo el encantador sol de nuestro clima sub-tropical, y en algunos privilegiados casos, bajo el clima cool de un shopping acceden a una foto con chicos ilusionados. Todo me hace acordar a un papá noel de hace años en nuestra ciudad. Ya era muy mayor cuando reparé en él. Jubilado, y con apariencia de largos 70 años, debajo de ese disfraz que haría deshidratar a un camello, había un viejito digno y coqueto que no tenía una cana en esa raleada cabeza. Lo veo todavía en Justa Lima, aunque hace más de 20 años que murió. Contratado por alguna zapatería, daba los volantes de mano en mano y acercaba caramelos a manos pequeñitas que creían verdaderamente en lo que veían, no como uno que ya no cree ni en lo que le duele. Era una imagen de esas, que de tan asimiladas, uno las descontaba. Era paisaje de navidad ese viejo, tan querible.
Una de las últimas veces que lo recuerdo, tenía su disfraz más relleno que otros años, y se le adivinaba flaco debajo de la barba que colgaba medio amarillenta. Era claro que no estaba contratado por nadie esas navidades, y dudo que algún comerciante hubiera puesto un peso por el personaje. Parado en la esquina de la plaza mitre que da al banco nación, ahí estaba solito. Haciendo el trabajo impago más digno que yo conozca.

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